Picture credit score: © Eric Hartline-USA TODAY Sports activities
Traducido por José M. Hernández Lagunes
Todas las cavilaciones fuera de lugar sobre la temprana retirada de los equipos poderosos de la postemporada pasan por alto un hecho básico de la lista de campeones del béisbol año tras año: no todos son memorables, no todos los años coronan a los Yankees de 1927 o a los Dodgers de 1955 como recuerdos que tenemos que atesorar por una razón u otra. Algunos de ellos son simplemente algo que sucedió en un año determinado y luego seguimos adelante.
Gran parte de esa amnesia colectiva está, por supuesto, en función del paso del tiempo. El béisbol lleva 120 años haciendo esto de las Sequence Mundiales, y algunas de estas competiciones son ahora tan oscuras y provincianas como un estruendo entre facciones de aurigas en el centro de Constantinopla. La Serie Mundial de 1906 se celebró íntegramente en Chicago, en una época anterior a los medios de comunicación masivos, ante multitudes de unas 12,000 personas al día. O eras una de las pocas personas que estaban allí, o lo leías en los periódicos, o te lo perdías. Además, como se trataba de la Period de la bola muerta, ya que no se bateó ningún cuadrangular en la serie de seis partidos, nos resulta difícil especificar un gran momento—el cuadrangular cantado, la atrapada, Invoice Buckner—con el que destacarlo en la memoria. Sin embargo, más a menudo, la causa es que el campeón o su periodo de postemporada en sí no es particularmente especial.
Hay algunas formas de poner en perspectiva a los equipos campeones. En primer lugar, hay que disociar el rendimiento de un equipo en la postemporada de sus logros en la temporada common. Es tentador sentir que algo se ha dejado de hacer cuando un equipo como los Cubs de 1906 se fue a casa con las manos vacías después de ganar 116 partidos de temporada common, habiendo perdido contra un equipo popularmente conocido como “Las maravillas sin hits”. Lo mismo puede decirse de los Clevelanders de 1954, los Mariners de 2001 y quizá también de los Yankees de 2001, el último de los cuales no sólo intentaba prolongar una dinastía que se desvanecía, sino que, lo que es más importante, parecía jugar para socorrer a una ciudad y a una nación tras el Pearl Harbor de nuestros tiempos (socorrer, debemos aclarar, a los que vivieron; el béisbol tiene sus límites y el concepto mismo de socorro en este contexto es trillado en el mejor de los casos, un insulto grave en el peor). Sin embargo, se trata de una ilusión. Los Yankees de 1927 tuvieron marca de 21-1 contra los St. Louis Browns durante la temporada common, pero ese “1” representa la posibilidad siempre presente de la decepción en la postemporada. El béisbol nos ofrece un maratón seguido de un torneo. El “1” no cambia mucho durante la primera, pero durante la segunda puede ser devastador.
El valor del maratón es que nos da alguna indicación de si el otoño nos va a traer otro para ese montón de los Yankees de 1927, ese membership que está aquí para todos los equipos de las Sequence Mundiales que podrían ir en el montón etiquetado como “grande” o “histórico”. En la mayoría de los casos, eso no ocurre; el campeón de la temporada es un acontecimiento momentáneo como un estornudo o un orgasmo. Pasa y pasamos a la liga de las estufas calientes. Algunos años nos tocan los Tigers de 1984 o los Yankees de 1998, equipos dominantes que sí consiguieron poner ese additional a su temporada, o nos regalan los Crimson Sox de 2004 o los Cubs de 2016, clubes que por fin llegan tras décadas en el desierto. La mayoría de los años nos tocan los Marlins de 2003 o los Cardinals de 2006. El estornudo llegó para aquellos que se preocuparon de experimentarlo; el resto no necesita volver a referirse a ellos.
Hay excepciones; a veces un equipo actúa tan milagrosamente en la postemporada que podemos recordarlo aunque no fuera un equipo destacado entre los campeones. Los Dodgers de 1988 fueron Orel Hershiser arrasando alineación tras alineación y un gran momento de todos los tiempos en Kirk Gibson contra Dennis Eckersley y eso bastó para hacerlo más memorable que cualquier cosa que ocurriera en la postemporada de 1998, aunque los Yankees hicieran lo “histórico”. A veces “histórico” es sinónimo de “anticlimático”; desde 1962, los aficionados al béisbol de Nueva York ansiaban volver a los días de las collection del metro: Yankees-Giants y Yankees-Dodgers en octubre. Finalmente ocurrió en el 2000, con dos collection mediocres entre los Yankees y los Mets, destacadas por el inexplicable comportamiento de un hosco jugador rebosante en esteroides, y el resultado no fue ni violencia fratricida ni un examen de lo que significa animar a un equipo del Bronx o de Queens, ni, bueno, en realidad nada de nada. El sueño de la serie del metro se había desvanecido por la regionalización de ambos equipos y un error de contexto: que la naturaleza democrática de la afición tal y como se experimentó en los años 40s y 50s period reproducible en el nuevo milenio, cuando el béisbol (en consonancia con la deriva common de la economía nacional) se había puesto fuera del alcance de tantos aficionados. El público pudiente puede invertir, pero no está invirtiendo, y 40 años de fanfarronadas no sirvieron para nada.
Esta temporada common no ha proporcionado el tipo de equipos de los que seguiremos hablando dentro de décadas. Cada uno de los participantes en la postemporada tiene sus limitaciones evidentes. No es necesario recapitularlas ahora, ya que estarán trabajando en parchearlas durante todo el invierno. Algunas de las reacciones de Claude Rains, “conmocionado, conmocionado” ante la defenestración de equipos como los Orioles, los Braves y los Dodgers son ejemplos de protestar demasiado y posiblemente también de ignorancia, porque incluso los ganadores de 100 partidos de este año han tenido que pasar por encima de la línea; todo lo que hacía falta para percibir sus vulnerabilidades period prestar atención desde abril hasta septiembre. Sin embargo, las historias están aquí si uno resolve verlas: los Rangers tratando de ganar el primer título en la historia de la franquicia; un equipo de los Phillies que de alguna manera se eleva a la ocasión en el otoño a pesar de tan a menudo tropezar en la primavera; la apoteosis en curso de Dusty Baker y la continuación de una dinastía de una especie, aunque uno que gana con el fin de legitimarse después de la mancha de 2017. Y también están los Diamondbacks.
Estas son buenas historias y algunas de ellas podrían resultar mejores y más duraderas que “ese fulano Angelos recoge el Trofeo del Comisionado en un pintoresco parque que, según se informa, quiere convertir en un desarrollo de condominios” o “el equipo que bateó 307 cuadrangulares durante la temporada common batea 30 más en su camino hacia el campeonato”. Esta última no es necesariamente una mala historia, pero es predecible, y no es por lo predecible por lo que la vemos.
Si evitar eso significa perder a algunos de los equipos más exitosos de la temporada common, que así sea. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar que hay más de una forma de divertirse con esto de la postemporada, que el campeonato no siempre es una coronación. A veces sólo son los Reds de 1990 y unos pañuelos y la vida sigue. O dicho de otra manera, si cada postemporada fuera especial, ninguna lo sería.
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